La confitería se encontraba medianamente llena. En las mesas, algunas con familias otras con damas y señoritas y otras con hombres, la conversación era fluida. Las agujas del reloj habían alcanzado las 21 del domingo 12 de agosto de 1934. “En tales circunstancias, se escuchó en el salón un violento estampido, que partía del interior del edificio, que sacudió los muros, la cristalería, etc, provocando rotura de vidrios y desprendimiento de mampostería” con estas palabras nuestra crónica de entonces anunciaba la explosión de un artefacto explosivo en la recordada y elegante confitería “París”, ubicada frente a la plaza Independencia y donde hoy sienta sus reales la sede central de la Caja Popular.
La violencia de la explosión sorprendió a los presentes y “determinó que se produjeran escenas de pánico, pues nadie sabía lo que en realidad había ocurrido”. Siguiendo el relato: “El temblor del piso y de las paredes y los desprendimientos de pequeños pedazos de yeso del cielorraso, hacían pensar que el edificio se venía abajo. Atropelladamente todos intentaban salir a la calle volteando en su carrera mesas y sillas y aumentando así la confusión a que diera lugar el estampido”. En la plaza también se escuchó el sonido.
Sorpresa
Tras la sorpresa se encontró la causa del hecho: había sido un bomba colocada en el baño de la confitería, ubicado en los fondos del salón, “haciendo volar astillada la puerta del mismo y de otro cuarto contiguo, destrozando el cielorraso y causando serios daños en los muros de la dependencia aludida”. La posición del baño hizo que las ondas producidas por el artefacto se dirigieran hacia el frente de la edificación sobre calle Las Heras (hoy San Martín) produciendo la rotura de cristales del frente.
Sin heridos
Podemos decir que no hubo heridos de consideración entre los parroquianos tras recibir los primeros auxilios.
Luego de las primeras averiguaciones se determinó que el evento lo había producido una bomba. La cual fue de baja intensidad y solamente con explosivos de bajo poder ya que los destrozos habían sido reducidos. El artefacto no tenía proyectiles en su interior ni el recipiente contenedor ofreció mucha resistencia, lo que hubiera producido más daños. Además, se determinó rápidamente que el edificio no corría peligro de colapso.
En cuanto a los responsables de la autoría del atentado, las pesquisas se dirigieron rápidamente al conflicto laboral existente entre el propietario del establecimiento y el Sindicato de Mozos. “El personal de mozos de la confitería París se declaró hace algún tiempo en huelga, por no estar conforme con algunas disposiciones de Brunella (el dueño de la confitería), dando intervención al sindicato, el cual declaró el boicot al propietario del comercio”, informaba nuestro cronista. Al parecer las cosas fueron escalando ante el proceso de negociación que no llegaba a un acuerdo amistoso para las partes. La Policía venía actuando ante hechos de menor importancia para evitar que el estado de beligerancia creciera, hasta que ocurrió el atentado.
Las investigaciones determinaron que “poco antes de la explosión había entrado a los mingitorios una persona de sombrero negro, sobretodo marrón y lentes negros, que llevaba bajo el brazo un paquete de diarios, suponiéndose que esta persona fuera el autor del atentado”. Como se ve, las investigaciones tenían una dirección.
Al día siguiente se realizaron una serie de allanamientos y varias detenciones, todos hombres del sindicato. Los investigadores tenían en la mira a un trabajador de la confitería que estaba siendo buscado. Pocas horas después de los hechos fue apresado y confesó ser el autor. Aseguró que actuó “solo” y que lo que hizo “fue cometido a consecuencia del conflicto gremial que mantenían con el dueño de la París”.
El hombre consideró que “al no haberse ajustado al pliego con el que trabajaba el personal” debía realizar una acción más impactante. Por ello tomó la decisión de realizar el sabotaje explosivo. En su relato contó que estuvo durante la tarde del domingo con el petardo bajo el brazo en un ejemplar de un diario “para disimular el tarro”. Fue hasta los baños para preparar el artefacto “para que explotara en horas de la noche cuando no hubiera nadie en el establecimiento”. Pero al escuchar pasos que “se aproximaban, lo colocó precipitadamente, haciendo que el ácido pasara a mayor velocidad de la prevista”. Salió a la calle y la explosión se produjo diez minutos después.
En cuanto al artefacto se indicaba que había sido fabricado a base de clorato de potasa, colocada dentro de un tarro de té con cuatro fulminantes y piedritas. La tapa tenía practicada un agujero por donde se produciría la explosión al verterse, por goteo, ácido muriático a través del corcho que iba elevando la temperatura lo suficiente como para iniciar el proceso.
Historia
El fundador de la famosa confitería fue don Pascual Di Niro, hombre nacido en Italia en 1868, quien a los 21 años vino a la Argentina. Luego de inaugurarse, el negocio rápidamente adquirió prestigio. A lo mejor fue por el sitio estratégico y concurrido que ocupaba, frente a la plaza Independencia; o por la elegancia y el buen gusto con que fue vestida la estructura. Tal la costumbre de aquella época, don Pascual vendía los productos que elaboraba, y en un sector aparte del salón estaban dispuestas las mesas para los clientes que desayunaban, tomaban un té o el copetín de la tarde. Por ser un lugar ameno y de delicada atención, muy pronto se convirtió en favorito de la parte más afortunada de la sociedad. Era el lugar predilecto de los jóvenes en los albores del siglo pasado, donde anudaron romances, encuentros de amigos, o donde una simple tertulia se alargaba más de la cuenta. Una nota de 1918, exaltaba “sus masas, sus afamadas pastas que tienen conquistada justa fama entre los más refinados”; también su fiambrería, “siempre provista de los mejores productos que en el género se importan del extranjero”, o sus célebres pan dulce y turrón, delicias en las fiestas de fin de año.
Subasta
Don Pascual muere el 10 de agosto de 1926, luego de 37 años de laboriosa y fructífera tarea en nuestra tierra. Pero la “París” no llegó a sobrevivir una década y cerró en 1934. El 12 de octubre de aquel año y apenas dos meses después del atentado, la París dejaba de existir. El edificio fue demolido y dos años más tarde fue inaugurado el edificio de la Caja Popular.
En una nostálgica nota nuestro cronista señalaba que “con su desaparición pierde Tucumán uno de sus aspectos característicos. La Confitería París era el punto de reunión obligada de muchos, que habían hecho de su concurrencia a ese lugar una segunda naturaleza. Pero la voz del rematado y el ruido seco de su martillo han expresado ahora, y para siempre, modificaciones fundamentales en sus costumbres y en Tucumán entero, la necesidad de olvidar lo que tantas raíces había echado”. Y cerraba el recuerdo con las palabras siguientes: “Emporio de otros tiempos; centro familiar, social y político, donde igual se agrupaba un núcleo de damas benéficas para una obra de caridad, como se reunían copetudos señores para dar rumbos a la vida institucional de la provincia; de donde salieron el pan para el menesteroso y el plan de labor para el gobernante…”.